Es increíble cómo a veces no valoramos lo que tenemos tan cerca.
Cuando estuve en Italia recuerdo que lo primero que pensé apenas vi los campos del
Lazio desde el avión fue: "Ésta es la tierra de mis antepasados. Es la tierra de los romanos, de su imperio, una tierra con miles de años de historia". Estaba en lo cierto, pero también recuerdo que lo siguiente que pasó por mi mente, sólo unos segundos después, fue: "¿Y la Argentina no tiene esos miles de años de historia? ¿O es que solamente porque había romanos en el
Lazio la historia de
Sudamérica no se estaba escribiendo también?".
Cuando llegué a
Sicilia me sorprendió el hecho de que los mismos sicilianos, en una gran proporción, no hubieran salido de su isla, o incluso, a veces, de su pueblo. ¿No conocían Roma, que estaba tan cerca? ¿No conocían el mar, que lo tenían a sólo 1 hora? ¿No tenían curiosidad por ver las ruinas griegas de
Siracusa, las de
Agrigento, o los remanentes del Imperio Romano, cuando los tenían ahí, al alcance de sus manos? Yo habría dado todo por poder ver esas cosas.
Io volevo vedere tutto!Hoy, mi papá, mi hermano y yo tuvimos que ir a La Boca a dejar el auto con el mecánico porque parece que se le
jodió el alternador. Mi mamá estaba a las puteadas, como se podrán imaginar. Pero nosotros tres, de paso, aprovechamos el inconveniente para hacer turismo
flash y recorrer
Caminito, el famoso pasaje
tanguero de Buenos Aires, antes de que mi papá tuviera que volar hasta el trabajo. Igualmente llegó un
cachitín tarde, qué le vamos a hacer.

La primera y única vez que había estado ahí fue el 30 de agosto de 1997. Habíamos salido los 5 en familia porque mi mamá cumplía años ese día. Creo recordar que aquel paseo fue uno de los primeros que hicimos, porque antes habíamos estado bastante apretados de bolsillo. Esa vez casi no disfruté la verdadera esencia de La Boca porque la habíamos recorrido de noche, y el lugar parecía una boca de lobo. 8 años y medio después volví a estar allí, de día, y me quedé impresionado. No recordaba que, a pesar de que Caminito sólo tuviera una cuadra de largo, fuera tan lindo, tan lleno de historia.

Las fachadas de las casas y de los conventillos están salpicadas con esos colores llamativos, y tal vez estéticamente incompatibles, porque
añares atrás se usaba la pintura sobrante de los barcos, y por suerte aún se mantiene ese estilo. Por aquel entonces se pintaba con lo primero que venía. "
¿Hay amarillo? Entonces usemos el amarillo. ¿Hay rojo? Entonces el rojo". La influencia napolitana es muy importante. A fines del siglo
XVIII empezaron a surgir conventillos gracias a la inmigración masiva no sólo italiana, sino también española y, en menor proporción, de otros países europeos.

Fue muy gracioso escuchar a los turistas japoneses gritar "
¡Tango, tango!" y señalar las fotos de los bailarines mientras paseaban por
Caminito y se maravillaban con algo que nosotros parecemos ignorar. Mientras mi hermano no le daba respiro a la cámara, un hombre disfrazado de
Maradona nos ofreció sacarnos una foto con él, con
el Diego, pensando que éramos turistas extranjeros. "
Where are you from?", nos preguntó. "
De acá", le respondí. Y pensar que teniendo esa joya a sólo una hora y media o dos de mi casa, un lugar tan interesante, como muchos otros de los que hay en Buenos Aires y sus alrededores, llenos de historia, de magia y de misterios, los porteños (incluyo a los habitantes del conurbano, como yo) no lo sabemos aprovechar.

Las fotos que fui dejando están para los interesados en ver el lugar en dónde surgió el tango. Todas están sacadas por mi hermano (el muy guacho no me quería dejar la cámara... ya se imaginarán mi alegría).
Y si alguno cree que los argentinos vivimos bailando el tango y la milonga, se equivoca. Yo hago menos firulete que un monumento de piedra a Don José de San Martín. Admito que algún día debería remediarlo.